La luz del sol de verano cae sobre el restaurante del quinto piso del Edificio Internacional, y todo a su alrededor irradia un resplandor exquisito. Estar en un entorno así invita a reflexionar: ¿qué es lo que realmente crea la diferencia entre las personas? Después de graduarnos, ¿en qué se manifiesta nuestra competencia central? En ese momento, una palabra surge en mi mente: capacidad estética.
La estética no es solo una capacidad de percepción, sino también una habilidad para externalizar valores internos. Es una fuerza intangible que puede influir silenciosamente en nuestro estilo de vida y estatus social. En cierto modo, la estética es un poder discursivo invisible, cuya influencia supera con creces nuestra imaginación.
En el ámbito laboral, la importancia de la estética es innegable. Ya sea en el diseño del currículum o en la presentación de la empresa, se puede revelar el nivel de profesionalismo y la capacidad de atención al detalle del solicitante o de la empresa. Las grandes empresas suelen mostrar su poder estético en los pequeños detalles, como la disposición de la sala de descanso o el diseño del ascensor, que pueden dejar una impresión.